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Me acuerdo de mis primeras palabras en suelo francés, en un bar de carretera, con voz temblorosa sobre las diez de la mañana: "un chocolat chaud, s'il vous plaît". Miré al camarero, segura de que lo que había pronunciado era incomprensible y no me entendería, pero sonrió y me sirvió mi vaso de Colacao, y yo me fui a la mesa con un sentimiento de triunfo indescriptible.
La casualidad me llevó a ese mismo restaurante hace un par de años. Pedí lo mismo, despreocupadamente y arrastrando un poco las palabras, como quien se sabe en casa.
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