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Me acuerdo de una conversación que tuvimos por internet en la que me dijiste que ya era hora de que nos despojásemos de nuestros personajes literarios y hablásemos claro: nunca volverías a mi lado. Después me soltaste una retahíla de reproches que sólo a veces -y cada vez menos- pienso que merezco.
Como nos gusta fingir que somos maduros y sensatos acabamos la conversación riéndonos, pretendiendo que podríamos ser amigos. Yo luego apagué el ordenador y me encerré a llorar en el baño.
Las de "luego" a solas. Hay lágrimas que saben más saladas.
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