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Me acuerdo del palomar que teníamos en el patio. Mi hermano y yo solíamos ir a jugar en él atravesando el interminable campo de espigas y amapolas. Un día llegamos y encontré un huevo. Decidimos cuidarlo, ponerlo entre algodón y esperar a que saliera un pollito. Poco duró esta lucidez porque terminé estrellándolo para ver cómo era un huevo sin freir.
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