Me acuerdo del decálogo de luto que me autoimpuse cuando de
fuiste. Básicamente consistía en no contestar llamadas ni mensajes, llorar veintinueve
minutos al día en la ducha y dejar de depilarme.
Me acuerdo de las uñas postizas de la dependienta del
Sex-Shop que me atendió cuando fui a devolver el regalo que te había comprado
por San Valentín. Los artículos eróticos, dijo, no admiten devolución.